29.12.08

Beowulf

Robert Zemeckis casi lo logra. A punto estuvo de alcanzar la perfección y crear una obra maestra del hasta ahora escasísimo abanico de cine de animación 3D para adultos. Su Beowulf pudo haber sido una de esas películas que destacan en todos sus ámbitos, que se disfrutan por lo bien que se conjuga en ellas lo clásico y lo moderno, por lo que aportan al cine de su tiempo y por su compromiso con el cine de siempre.

En vez de eso, Beowulf se queda tímidamente oculta detrás de esas grandes joyas de las que hablamos, asomándose con cobardía en ciertos momentos de metraje a ese salón de la fama para volverse a esconder en cuestión de minutos pasado ese momento de lucidez que la hizo atreverse a salir. Beowulf es, de hecho, una experiencia curiosa, interesante como mucho, que promete un mundo y al final apenas da un triste diezmo de lo prometido.

La película narra la madurez del guerrero gauta Beowulf, clásico personaje de la literatura inglesa, protagonista del Cantar de Beowulf, considerado como una de las primeras obras literarias, si no la primera, del idioma inglés. Dicho poema o conjunto de poemas nos transporta a Heoroth, un reino danés asolado por Grendel, un monstruo antropófago que periódicamente lo asalta para devorar a unos pocos y arrastrar a su guarida a otros cuantos. La llegada de Beowulf , del que se decía que tenía la fuerza de once hombres y el valor de cien, supondrá una bendición para el reino, incapaz este de defenderse por si mismo. Esto constituye el inicio del poema y del nudo de la película.

Los guionistas Neil Gaiman y Roger Avary colocaron la película en muy buena posición para sorprender, desarrollando una metaleyenda dentro de la que ya conocemos, mostrándonos a un Beowulf que aún vive cuando su nombre es ya un mito, y cuya auténtica historia -que sólo él y unos pocos conocen- tortura su conciencia. Veremos así por primera vez al auténtico Beowulf, al Beowulf mortal, de carne y hueso, al que comete errores terribles y arrastra el peso de su pasado, y esa parte de sí mismo ha de convivir con el magnífico valor y el temple con los que ha nacido. Como una especie de Marilyn Monroe, su fama de héroe invencible se hace tan gigantesca que acaba por desbordarle. El impecable trabajo de los protagonistas, Ray Winstone como Beowulf y Brendan Gleeson como su inseparable segundo al mando, Wiglaf, no hace sino reforzar este planteamiento, si bien las pocas líneas del guión dedicadas a que sendos personajes conversen no contribuyen a desarrollar el mismo.

¿Por qué digo entonces que la película es mediocre? No sólo por su irregularidad sino por su desbarajuste de guión hacia el final, y por un nexo de unión entre las distintas partes del poema original y los propios personajes que no acaba de cuajar. La primera mitad de la película -hasta que Grendel desaparece de la misma- es, a mi juicio, magnífica; posee fuerza, intensidad, es impactante y dinámica. El monstruoso Grendel está tan fabulosamente hecho que hasta conseguirá que algunos apaguen el DVD y pongan una comedia para neutralizar la sensación de inquietud que produce su visión. Es un personaje rico que llena la pantalla hasta casi salirse de ella, complejo y mucho más desarrollado a nivel argumental que en el propio poema original. Es una especie de niño contrahecho, un gigante caníbal que se presenta en Heoroth atraído por el ruido de la muchedumbre exaltada, un ruido que es incapaz de soportar. Es una criatura a la que es fácil temer, pero de la que también se puede sentir pena. De algún modo él no desea encontrarse ahí; está atrapado en su condición de monstruo y cumple su papel a duras penas, sin parecer en ningún momento que disfrute con él. El demonio es en sí mismo un secreto que Hrothgar, el rey de Heoroth, guarda celosamente desde hace años.

Pero luego Grendel nos dice adiós y ya solo queda su inevitable madre que, y créanlo, no es otra que Angelina Jolie. Este, sin duda, ha sido uno de los aspectos más controvertidos del filme y de los menos celebrados, por considerarse una excusa de poco gusto para introducir un personaje de marcado carácter erótico y permanente desnudez en una película en la que, por otro lado, habría tenido cabida en cualquier otro sitio. Bueno, he de decir que a mí no me hubiera importado mucho este hecho si no considerase que el asunto de la madre de Grendel ha sido llevado con muy poco acierto y que es, en gran medida, lo que hace que todo lo conseguido hasta el momento se desbarate y la calidad de la película caiga en picado.
La madre de Grendel es aquí algún tipo de demonio acuático de gran poder, capaz de engendrar otros demonios incluso más poderosos acorde a la fortaleza genética del padre. Así, su modo de vida pasa por atraer héroes hasta su cueva para luego seducirlos con su falaz belleza y con promesas de riquezas, logrando así la semilla con la que traer nuevos monstruos al mundo. La visita de Beowulf al mencionado cubil será la que divida el metraje en sus dos partes principales: la primera con el Beowulf utópico, un héroe infalible y sin remordimientos, tan orgulloso como para enfrentarse a Grendel desnudo y sin armas y estar así en "igualdad de condiciones"; la segunda con el Beowulf marcado por una vergüenza que sólo él conoce, y que hace que se irrite y enfurezca cuando otros alaban sus hazañas, ignorantes de que, como cualquier hombre, él también sostiene el peso de sus errores. Cincuenta años separan ambas partes, ocupados por el largo reinado de Beowulf en Heoroth.

Sin más perspectiva que la de ver a Beowulf derrotar a un titánico dragón de la forma más espectacular posible, la película pierde mucho interés. Robin Wright Penn, en su papel de Wealthow, se mantiene tan callada que llega a molestarnos. Beowulf no alivia su pena con nadie, ni siquiera con su íntimo amigo Wiglaf. Lo intenta, todo sea dicho, pero no le dejan. El tema más interesante del que disponia la película, esto es, su propio Beowulf pensativo, humano, más cercano a William Wallace que a Conan el bárbaro, queda inexplicablemente olvidado para dejar paso a la lucha con el dragón, tan exagerada y mal contada que aturde. Nada que ver con el épico combate contra el pobre Grendel. ¿Por qué los guionistas Gaiman y Avary escribieron tan talentosamente la primera mitad de la película y permitieron que terminara de forma tan convencional y aburrida? ¿Cómo es posible que Grendel constituya una revisión de lujo del poema original, y en cambio su madre sea tan tópica y este tan mal integrada en la historia? ¿Por qué no se explotó más a este Beowulf que tanto gusta y que resulta tan atractivo?
Me hago cargo de que nunca obtendré respuesta a estas preguntas. Pero aun así me resulta triste ver estas cosas, aunque las vea una y otra vez en este mundo del cine, en el que hay que cumplir con todos, con productores y público, y pretenden sumarse en cada obra factores inmiscibles como la violencia más cruda, aventura con tufillo a "para toda la familia" y pretender ser el director maduro más cool por ser el primero en Hollywood en descubrir el motion capture. Con el añadido de encabezonarse en mantener una clasificación PEGI para mayores de 13, lo cual me parece absurdo, ya que esta película muestra cosas tan violentas que disturbarán a muchos adultos -la mayoría perpetradas por Grendel-; y es así por cómo se muestran al espectador, con la naturalidad propia de un niño que no comprende del todo que lo que está haciendo está mal.

Resumiendo, diré que recomiendo Beowulf a la mayoría de cinéfilos del mundo, salvo los más puristas que no gusten de experimentos con el diseño 3D, o aquellos que odien todo lo referente a la fantasía (que los hay). Tiene buenas interpretaciones, aunque algunas de ellas sean innecesariamente breves o el guión no les haga justicia; la película aporta cosas magníficas y hasta cierto momento se ve y disfruta con interés, y además siempre resulta interesante ver nuevas propuestas, como este reciente gusto de Zemeckis por convertir a sus actores fetiche en modelos 3D. Eso sí, lo digo y lo repito: es un ejercicio constante de lucidez y autocastramiento, hasta que lo segundo puede a lo primero y acaba dejando un sabor amargo en el espectador que, como yo, había quedado hechizado con sus primeros minutos.

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15.12.08

Ultimátum a la Tierra (2008)

La creación de un remake siempre resulta arriesgada, y mucho más si es de un clásico tan reconocido como Ultimátum a la tierra (The day the Earth stood still, 1951). En este caso el atrevido director ha sido Scott Derrickson, conocido mayormente por su último trabajo, El exorcismo de Emily Rose.

Antes de abordar esta crítica, quisiera aclarar mi opinión personal sobre este fenómeno que constituyen los remakes. Son criticados por gran parte de la comunidad cinéfila, que considera que "si una película es perfecta, ¿por qué Hollywood se empeña en estropearla?" No puedo estar más en desacuerdo. Cierto es que los remakes suelen hacerse a propósito de grandes clásicos del cine como este que nos ocupa, pero para nada comparto la opinión de que estropeen el filme original. La película en la que se basan se mantiene impertérrita, estática en su calidad -cualquiera que esta fuere- que para nada se ve afectada por los trabajos de nuevos directores.

Aparte de esto, considero que toda película, todo intento de crear, reinterpretar, expresar, o dar una nueva visión de algo ya conocido y en suma, añadir una nueva tesela al gran mosaico de estos ciento y pico de años de cine, nunca es algo que haya que ahorrarse. Pueden salir grandes cosas de los remakes, y uno, como espectador, siempre tiene la opción última de decidir si quiere o no verlos. Dicho esto, hablaré sobre el título que ahora nos ocupa.

La película, como muchos sabrán, narra la visita a la Tierra de un alienígena llamado Klaatu que porta un mensaje, un mensaje que deben escuchar todas las naciones al mismo tiempo. El escenario elegido para emitir dicho mensaje es la sede de la ONU en Nueva York pero, debido a las tensiones y el miedo que rigen actualmente Estados Unidos, Klaatu es tratado como un prisionero de guerra y encerrado bajo férreas medidas de seguridad.

Ultimátum a la Tierra es un claro homenaje al cine de ciencia ficción de calidad de los años 50. Y, como tal, es austero en lo que muestra: no se abusa de la destrucción, del diálogo, de los rebuscados giros de guión y ni siquiera de las muestras emocionales entre personajes. La película y su desarrollo se disfrutan más por lo que excitan la imaginación y la curiosidad del espectador que por las impactantes imágenes que le muestra. Como en el cine de entonces, se reservan huecos vacíos que sólo el observador inquieto puede llenar, y hay más de un "cabo suelto" deliberado que contribuye a construir un trasfondo que no necesariamente nos explican a las claras los personajes.

Este hecho es a la vez virtud y defecto. Por un lado, el seguir de forma fidedigna la estela de una joya como el Ultimátum a la Tierra original -y hacerlo con estilo- conlleva la creación de una cinta de calidad y un buen exponente de la irregular amalgama de películas de ciencia ficción de nuestros días. Retomar las olvidadas fórmulas de antaño e implementarlas con gusto en la vertiente comercial de nuestro cine, tan poco dado ya a invitarnos a pensar, siempre resulta un chorro de aire fresco. La acción comienza sin preámbulos hastiantes, sin marear la perdiz con tonterías y eso se agradece: Jennifer Connelly en su papel de astrobióloga y los secundarios que la rodean son absolutamente creíbles, y desde el primer momento su mundo se nos hace atractivo. Ellos representan la cara más racional y sociable de los Estados Unidos, frente a la cúpula militar que teme y rechaza a Klaatu. No nos acosan con preguntas fastidiosas y desconfianzas absurdas. Un alienígena ha llegado a la Tierra y solicita audiencia, todos lo han visto. Lo asumen y siguen adelante, y ahí se palpa el verdadero espíritu de los 50.

Pero por otro lado, quizá esta fidelidad ahuyente a los más profanos del género, que quedarán defraudados por la falta de aniquilación y explosiones, o por un Gort -el autómata que acompaña a Klaatu- que, como el original, pasa la mayor parte del metraje de pie derecho. Y lo que es más destacable, un final muy al estilo ciencuentero, que no comulga con los deseos del espectador de hoy, ansioso de que todo quede zanjado de la forma más espectacular posible. Keanu Reeves, más brillante aquí que nunca, si cabe, es un exponente más que claro de lo que digo. Si bien esta revisión de Ultimátum a la Tierra es indudablemente fiel a la original, sí que aporta muchas cosas que la hacen diferente, creativa y complemetaria a la misma. El guionista David Scarpa y el propio Reeves se han lanzado a la piscina y han redimensionado a Klaatu; se nota en su trabajo que este último conoce bien el personaje que creó Michael Rennie, y lo ha plasmado con delicadeza añadiendo cosas de su repertorio. Así, veremos a un Klaatu mucho menos humano, más "alienígena", valga la redundancia. Carente de sentimientos o emociones humanas, las irá descubriendo de un modo puramente intelectual, lo que le causará gran confusión. Ha logrado un rostro inexpresivo, grave, y tan abrumador y categórico como aquel de Russell Crowe que se llevara el Oscar por Gladiator. Sin duda, un papel talentoso que viene a demostrar lo que vale este hombre.

Sólo hay un mero detalle que separa esta obra de la ciencia ficción más clásica, que no acaba de encajar en la historia principal y llega a ser bastante molesto. Estoy hablando de Jaden Smith, el chico de En busca de la felicidad, el vástago del gran Will Smith. El personaje de Bobby Benson -aquí Jacob- sigue siendo un niño educado en el odio más absoluto a lo comunista-terrorista, un perfecto hijo de su patria; pero ahora su capacidad de comprensión de la idea de que no todo lo extranjero es malo se ha vuelto tan nula que acaba siendo cargante, llegados ciertos acontecimientos tras los que uno sólo puede preguntarse por qué no combustiona espontáneamente. Flaco honor le ha hecho Derrickson a este entrañable personaje al convertirlo en algo convencional y más que visto, una mera herramienta para llegar cómodamente a un desenlace, por otro lado, fácilmente esperable. Una lástima.

Pero volviéndo al argumento, quisiera recalcar lo interesantísimo que me resulta, al tiempo que aterrador, observar como en 57 años el significado subyacente tras la cinta original de Robert Wise no ha variado un ápice. La guerra es una forma de vida para el ser humano. El miedo se usa como forma de control y como escudo contra el propio miedo. El diálogo es siempre la última opción, y casi siempre se aplica cuando ya es tarde. El mensaje pacifista de aquella película se basaba en lo irrelevantes que resultaban para Klaatu los contenciosos de la Guerra Fría, y lo sencillo que resultaba para él que representantes de todas las naciones se reunieran en un mismo sitio para escuchar un mensaje que afectaba a todos los seres humanos. Ahora, como entonces, Estados Unidos pretende agarrar el pastel de poseer los derechos sobre Klaatu y no querer compartir dicho mensaje con nadie, creyéndose los dueños de la Tierra y con poder para decidir por la humanidad al completo. Y también como entonces, los verdaderos representantes de la raza humana acaban siendo los más sabios, y no los que mejor mienten y manpulan, aunque en eso esta nueva versión avanza un paso más, llegando a afirmar que "nuestros líderes no nos representan", y mostrando a un presidente invisible que se oculta en dios sabe dónde nada más avistar las naves visitantes, y que delega en una secretaria de defensa que ejerce de pelele y en un ejército aparentemente invencible. Un espíritu crítico sin duda deudor de la ciencia ficción más pura y comprometida.

La película, en resumidas cuentas, gustará a los que más se dejen empapar por el género y dejará fríos, confusos o con ganas de más a los profanos, aunque constituye un producto de gran calidad y que goza del trabajo de un gran actor en ciernes y de un director más que correcto, lo que le confiere una solidez enorme. Algunas de sus escenas son bellísimas y muy evocadoras, y su afán por denunciar la estupidez de nuestros líderes -y el pequeño trocito que cada uno tenemos dentro- viene tan a cuento que quizá haya provocado deseos de censura en más de un mandatario, si no fuera porque todos saben que sus chanchullos e intrigas pueden, hoy por hoy, mucho más que el arte.

imagen: elseptimoarte

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10.12.08

Bella

El cine americano nos ha dado más de una alegría, sorprendiéndonos con realizadores que saben tomar lo mejor de la rama comercial y lo mejor de la rama independiente de aquel país, y se estrenan en este arte con películas que son en sí mismas pequeñas obras de arte. Y aunque Bella no es el primer proyecto de Alejandro Gómez Monteverde, sí que es, en mi opinión, una pequeña obra de arte.

Si bien se trata de una película de corte social, no cae en los tópicos en que suele incurrir ese tipo de cine y que acaba por convertirlo en pasto de modernetes y culturetas, que lo enarbolan como estandarte de ideas globalizadoras y vacuamente progresistas. Pero no es ese el tema que nos ocupa. Bella centra el grueso de su mensaje en un discurso antiabortista inteligentemente construído, en el que tienen cabida opiniones opuestas, todas ellas con sólidos argumentos que las defienden.

José trabaja como cocinero en el restaurante que su hermano Manny regenta en Nueva York. Es un chico reservado y triste que lucha interiormente contra un pasado imposible de olvidar. Por otro lado, a Nina, que también trabaja en el bar de Manny, le ocurre inesperadamente algo para lo que no está preparada. Tras saber esto, Jose invita a Nina a pasar el día con él y hablar, y así se dará inicio a una trama tan bonita como emotiva. A través de las conversaciones que ambos personajes mantendrán se le irán descubriendo al espectador dos posturas sobre un mismo problema, el aborto, pero no sólo eso; los personajes también desvelarán sus miedos y la historia versará sobre el arrepentimiento, el sacrificio y las consecuencias de las propias acciones en la vida, y del peso de las decisiones que tomamos.

Pero esto no llega a describir con acierto lo que el espectador sentirá al ver Bella. Es una película casi perfecta en su sencillez, sin aspiraciones de ningún tipo. Simplemente pone a dos personajes con un pasado que odian en situación de escucharse e intentar comprenderse, y lo cuenta de un modo tan grácil y fluído que el filme, ya de por sí breve, nos sabrá a poco al llegar los créditos. Una de esas historias que le hacen a uno sentir bien, con unos secundarios magníficos -quisiera llamar la atención sobre toda la familia de José- de los que nos será imposible no disfrutar y un final precioso y terriblemente emocionante.

Eso sí, es necesario recalcar que el espectador que busque una trama compleja con graves giros de guión no los encontrará aquí. La película transcurre de un modo previsible y sin sorpresas, aunque a mi juicio en ningún momento se hace aburrida, ya que el guión es ágil y los diálogos muy accesibles. Aunque para hacer justicia debo decir que sí que hay un detalle que todo espectador esperaría y que finalmente no se cumple, lo que en cierto modo conlleva una sorpresa, y que además pone la guinda final para enmarcar la película en el relato social y desligarla de otros géneros.

Respecto a su supuesto contenido procatólico, ultraconservador, antiprogreso y demás absurdeces politizantes que se han dicho sobre la película, me veo obligado a pronunciarme, como ya hice con Camino. La política es la política y el cine es el cine. Siempre resulta desafortunado mezclar algo tan corrompido y pútrido como lo primero con un arte tan magnífico y con tanto potencial creativo como lo segundo. Si hemos de preocuparnos por ejercer de censores y obstinarnos en ver las posturas políticas, sociales y morales de una película, jamás la disfrutaremos. Y si las hay -que no es el caso-, deberíamos aceptarlas con madurez y filosofía, pues el cine, como todo el arte, es un medio de expresión.

Maravilloso el papel de Eduardo Verástegui como José, y maravilloso el personaje que ha sabido crear. Una persona que cae del cielo al suelo en un segundo y, aún destruído, va emergiendo del agujero por una sola razón: el amor a su familia.

Quisiera mencionar también la curiosa Nueva York con que Bella obsequia al espectador. Es una Nueva York muy madrileña, cercana a más no poder y muy distinta de la que estamos acostumbrados a ver en la producción estadounidense, esto es, plagada de gentuza y criminales asesinos. No se asemeja ni siquiera a la Nueva York de Woody Allen, quizá la más humana vista en el cine. Esta es distinta. Es una ciudad de barrio, como un pueblo hecho con rascacielos.

Sin duda, se trata de una cinta recomendable para disfrutar de algo hermoso sin más, para sonreír durante 90 minutos como me ocurrió a mí. Porque, realmente, ese es casi el único error que puede achacársele a Bella, que indaga poco en el debate social que propone, no se moja; se queda en una postura neutral y cuando el espectador está listo para recibir el terrible azote del llanto cinematográfico, Bella se lo perdona y la alegría sigue siendo alegría. Aunque ciertamente, si hubiera sido de ese modo esta película sería otra.

La propongo para disfrutar de algo distinto. Cosa que, de vez en cuando, no está mal.

imagen: theaustinchronicle, ciudadmag

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9.12.08

Transsiberian

Es una lástima ver como se desaprovechan grandes actores en papeles huecos e insustanciales, y casi peor presenciar cómo una historia prometedora se va transformando en una trama de corrupción y asesinato ultraconvencional que todos hemos visto ya.
Pues todo eso se aúna en Transsiberian. Parece que las pocas películas de Brad Anderson que logran escapar a la gravedad del olvido independiente se van turnando la calidad; así veíamos una obra extraña y fácil de olvidar en Session 9 allá por 2001 (con un David Caruso tan desaprovechado como los protagonistas de Transsiberian), y otra mucho más recomendable, El Maquinista, en 2004. Ello me lleva a pensar que Anderson no tiene talento como guionista -pues él realizó el guión tanto de Session 9 como de Transsiberian-, aunque sí como director, lo que se destila de todas sus películas y del tratamiento tan personal que hace de la imagen y de lo que muestra en cámara.
Transsiberian cuenta la historia de dos turistas norteamericanos (Woody Harrelson y Emily Mortimer) que se encuentran haciendo el trayecto completo del transiberiano desde China hasta Rusia Occidental, y se ven envueltos por casualidad en asesinato que a su vez será algo más que un simple asesinato. Tras ellos, un policía de narcóticos ruso, Ben Kingsley. Déjenme decirles que lo que es un auténtico asesinato es contar con Ben Kingsley y encasquetarle un papel que de tan visto, resulta hasta cómico.
La película comienza enmarcada dentro del cine de viajes, recreándose en lo curioso del transiberiano, lo exótico de los que viajan en él y, en resumidas cuentas, lo cinematográfico que resulta un tren antiguo en el que uno pasa ocho días recorriendo algunos de los paisajes más bellos del mundo. Y hasta ahí va bien; no se trata de una historia fascinante pero la fotografía y Harrelson salvan el día. Pero cuando sin venir a cuento aparecen dos viajeros españoles, Eduardo Noriega y Kate Mara, y de pronto el filme se transforma en una historia absurda, donde cada cosa que ocurre es más absurda que la anterior, hasta que ya ocurre algo tan absurdo que hasta parece irreal, y que está tratado de un modo que podría haber sido impactante pero el director la fastidia por sus pretensiones de resultar innovador o sepa dios lo que estaría pensando, entonces es cuando uno se da cuenta de que la película no puede ir a mejor superado ese punto sin retorno.
¿Por qué se sigue contratando a Eduardo Noriega? Ha demostrado suficientes veces que solo Amenábar supo sacarle lo mejor, y que desde entonces se niega a devolver la calidad en su trabajo que nos debe por nuestra fe en él.
Transsiberian es una de tantas obras que resultaban perfectas en la mente del director pero que, ejecutadas, resultan mediocres y tristemente aburridas. Pero ello es aún más triste cuando el director se rodea de grandes actores, como es el caso. Sus defensores han pretendido compararla con Extraños en un tren, lo que, a mi juicio, incurre en la blasfemia más herética. Me mata pensar que si Scott Kosar la hubiera escrito tal vez hubiera surgido algo grande, pues a él le ocurre al contrario que a Anderson; de la peor historia posible siempre saca algo bueno, como ejemplifica bien la correcta La morada del miedo.
Se la recomiendo sólo si son ustedes fans acérrimos de Ben Kingley, como yo, y desean verlo por el simple hecho de que disfrutan, simple y llanamente, con su forma de actuar. Como ilustró con acierto mi acompañante en el cine, "es como una película de las tres de la tarde". Y créanme, cómo acertó con sus palabras.

imagen: filmcatcher, collider, cinefagos

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4.12.08

Outlander


Siempre resulta maravilloso admirar desde la humildad y el respeto la opera prima de un director joven y deseoso de crear. Este es el caso de la segunda obra para el cine de Howard McCain y la que supone su bautizo hollywoodiano.
Outlander relata la historia de un viajero del espacio llamado Kainan, cuya nave sufre un aterrizaje forzoso en la Noruega del año 709, en plena época de los vikingos. Pero no sólo él sobrevive al accidente, sino que también lo hace un voraz alienígena que viajaba con él como polizonte, conocido como Moorwen. Kainan no tardará en internarse en un asentamiento vikingo y trabar amistad con sus habitantes, con los que elaborará un plan para acabar con el monstruo.
Bien, esta película ofrece un desarrollo bastante irregular. Es el resultado inevitable del trabajo de un director inexperto que ha tenido agallas para experimentar con diversos géneros -aparentemente imposibles de conjugar- y de arrastrar a unos grandes actores fuera de los papeles en los que la industria los ha acomodado. El filme es un tributo absoluto a las viejas películas de serie B de los años 50, anteriores a las reformadoras del género, como Ultimátum a la Tierra. Jim Caviezel encarnará a un héroe solitario, parco en palabras, en ocasiones torpe y poco eficaz, y con cierto aire paternalista, pero de innegable valor. John Hurt dará vida a Rothgar, el rey del asentamiento (en un papel que a mi parecer le viene como anillo al dedo) y con el cual Kainan establecerá un afecto especial. Y por otro lado está Ron Perlman en un papel más bien poco agradecido -sobre todo desde su maravilloso Hellboy- como Gunnar, el rey de una aldea rival.
En este marco, como digo, la película desarrolla muchos de los clásicos giros del cine de monstruos y hombres del espacio de los años 50, pero curiosamente mezclados con otros del cine de acción de principios de los 90. ¿Qué es lo negativo de esta mezcla? Que McCain ha hecho un uso demasiado abusivo de los tópicos más trasnochados de este cine y ello llega a irritar en ocasiones, aunque sospecho que ha recurrido a ellos más bien por falta de experiencia y miedo al fracaso que por otra cosa. Pero de este hecho se extrae algo muy positivo, y son las innumerables escenas de gran valor que la película también muestra: una carrera sobre los escudos entre Kainan y el heredero Wulfric, que primero resulta algo ridícula, luego se va tornando hermosa para acabar siendo tierna a más no poder, y logra arrancar una sonrisa al espectador; la relación entre Kainan y Eric, un huérfano de la aldea, basada en miradas cargadas de expresividad; o el flirteo inocentón entre el hombre del espacio y Freya, la hija del rey, quizá la herencia más notable y clara de clásicos como Vinieron del espacio.
Asimismo, son clarísimas las reminiscencias de Beowulf, y su influencia se deja ver en diversos puntos clave de la trama, a saber: Kainan, como Beowulf, llega de un lugar inhóspito y desconocido hasta Noruega -Dinamarca en el caso de Beowulf- para ser inicialmente rechazado y posteriormente integrado como miembro de pleno derecho en la comunidad, y en su mano está dar respuesta a problemas que vienen afectando ya de antiguo a la misma. Su enemigo es un monstruo de origen dudoso y escasa humanidad, que atacará a placer el poblado capturando a los que en él viven, siendo Kainan/Beowulf el único capaz de hacer frente a la bestia. Y, como en el poema, el Moorwen resultará ser una madre cuyo hijo volverá sediento de venganza tras la muerte de esta, y el espectador descubrirá que estas criaturas aparentemente brutales albergan más sentimientos de los que parece a simple vista, y que quizá tengan motivos para actuar como lo hacen. Yo aún diría más; McCain se atreve a revisitar totalmente el mito y más allá de todo esto está el magnífico cameo de pretender que Grendel existió de verdad y su leyenda comenzó con el Moorwen y la llegada de Kainan a Noruega, que más tarde sería conocido como Beowulf, el único hombre que pudo enfrentarse a ella y salir victorioso.
Y ya que lo menciono, dediquémosle unas líneas a esta criatura a la que Ninth Ray Studios ha dado vida. He de confesar que siento debilidad por los monstruos del cine y siempre me da morbillo descubrir las nuevas ideas que van surgiendo en el género, aunque a veces sufra alguna decepción. No es el caso del Moorwen que nos ocupa, pues lo que Patrick Tatopoulos ha creado es un ser hermoso, hipnótico, una personificación de fuerza y personalidad que sólo se muestra abiertamente para embelesar al espectador con un espectáculo de luces y unos movimientos coreográficos que constituyen su lenguaje en pantalla. La bestia tiene mucho que decir, pues personifica los miedos del hombre del siglo VIII, así como los errores y el precio de la avaricia y la sed de conquista de un pueblo beligerante y destructivo, al que Kainan representa. Es un monstruo que se opone a los peores valores humanos, y que a su vez ensalza los buenos, pues a través de la guerra que se libra contra él los protagonistas forjarán alianzas, olvidarán rencillas de sangre y harán enormes sacrificios. Sin duda uno de los puntos fuertes de la película, si bien tengo que avisar de que tal vez los no muy amantes de la ciencia ficción sólo vean en este Moorwen un toro gigante y goriláceo, muy alejado de lo que estoy contando.
Lo peor que se le achaca a Outlander es su narración algo pesada y vacía en ocasiones, pues toda película que no denuncia nada, se queja de nada o reivindica nada está inevitablemente vacía, pero más aún si se trata de ciencia ficción, un género muy conocido por su afán de crítica. Y, en Outlander, dicha crítica (que la hay) llega bastante tarde, cuando al espectador realmente le da un poco igual.
Pero bueno, para resumir y clarificar todo esto diré que se trata de un experimento y un ejercicio imaginativo muy interesante, pero que se podría haber hecho muchísimo mejor, no lo niego. La película ofrece cosas realmente bellas -como los últimos cinco minutos de metraje- aunque aburre a ratos, pero el estupendo plantel de actores la salva de la quema. Como he leído por ahí, un filme que aúna elementos de Predator, Braveheart y hasta El Señor de los Anillos, con bastante gracia. Y estoy de acuerdo. Posiblemente no satisfará a quien busque acción o un denso guión, pero considero que ningún incondicional del género debería perdersela.

imagen: blogdecine

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2.12.08

Quantum of Solace


¿Puede ser James Bond un personaje complejo, repleto de matices y capaz, casi, de hacernos llorar? Ahora, rotundamente, sí. Daniel Craig ha conseguido, a pesar de las absurdas críticas con que su público le obsequió por el gran fallo interpretativo de ser rubio y no espectacularmente guapo, ser con diferencia lo que más brilla en una película que ya brilla por sí sola. Y además repite el milagro, porque no sé qué más se puede decir sobre Casino Royale que no se haya dicho ya, aparte de que es una de las mejores obras de esta extensísima licencia.
Fui a ver Quantum of Solace con el firme deseo de que fuera, por lo menos, tan completa, divertida y endiabladamente entretenida como Casino Royale y, si bien no llega al nivel de aquella, para nada me ha defraudado. Es frenética y le sobra acción, cosa que se debe exigir a toda buena película del género, pero además tiene algo muy de agradecer, y es fluidez. Si bien esto es una constante en las películas de Bond, aquí se hace mucho más patente la calidad con la que está tratado el uso de distintos emplazamientos o giros del argumento, apariciones repentinas de personajes y, en definitiva, todo lo necesario para evitar que el ritmo se embote y el espectador pueda aburrirse. La realización se ahorra datos innecesarios y confía en la atención que este tiene puesta sobre la película.
Como ya dije antes, Quantum of Solace no alcanza el nivel de su predecesora sencillamente porque no puede; la mayúscula sorpresa que este nuevo Bond dio al mundo ya no se puede repetir, pues ya conocemos sus capacidades para crear un personaje totalmente nuevo y distinto a lo anterior. Por otro lado, Marc Foster no podría haber alcanzado nunca el nivel de Martin Campbell en la dirección, por ser este último mucho más experimentado en filmes de acción y haber dirigido antes otro filme de la saga, Goldeneye. Marc Foster nunca había realizado un proyecto del género, aunque le preceden joyas como Monster's Ball (aunque también fiascos como Descubriendo Nunca Jamás).
Pero volvamos a Daniel Craig. Este hombre no sólo ha nacido para actuar, sino que ha nacido para encarnar a James Bond. No se trata del empaque que tiene ni de lo bien que le sienta el esmoquin, algo de lo que ya se ha hablado largo y tendido y que no nos interesa aquí: se trata de que aceptó un reto inenfrentable para muchos actores y ha sabido superarlo no sólo con correción, sino aportando cosas de su propia cosecha y que el personaje no tenía. Es un James Bond joven e inexperto, brusco y en ocasiones difícil de controlar, que afronta sus miedos con una coraza de abulia e indiferencia, aunque por dentro sufre una tortura constante por ser un agente del MI6 -con todo lo que eso conlleva- y a la vez un ser humano normal, que siente como cualquier otro. Todo eso ha sido capaz de expresar Craig con unas pocas palabras y una mirada que atraviesa, y a mi juicio se ha encumbrado ya como uno de los más grandes Bond de la franquicia. Algunos han aducido a que, de tan perfecto asesino, Craig ha llegado a desnaturalizar al personaje, pero en la opinión de quien les habla una saga con 22 películas en su haber debe renovarse a veces de raíz si se quiere evitar que la fórmula se pudra. Se trata de un personaje en plena evolución, que se va dando cuenta poco a poco de lo que significa su trabajo y de lo que hay en juego, y va abandonando su humanidad para convertirse, lentamente, en una máquina que hace lo que se le ordena, de un modo u otro. Pero, señores, para comprender todo esto tienen que verle con sus propios ojos.
Considero que Daniel Craig puede olvidar los temores de que no gustara su último trabajo, pues ya se ha hecho un hueco en el olimpo de los grandes actores. Quantum of Solace es un filme más que recomendable, tanto para amantes de la acción como profanos del género, e incluso para quien no sea fan de Bond, pues merece la pena disfrutar de este actor en su apogeo.

imagen: dvdenlared

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