9.12.08

Transsiberian

Es una lástima ver como se desaprovechan grandes actores en papeles huecos e insustanciales, y casi peor presenciar cómo una historia prometedora se va transformando en una trama de corrupción y asesinato ultraconvencional que todos hemos visto ya.
Pues todo eso se aúna en Transsiberian. Parece que las pocas películas de Brad Anderson que logran escapar a la gravedad del olvido independiente se van turnando la calidad; así veíamos una obra extraña y fácil de olvidar en Session 9 allá por 2001 (con un David Caruso tan desaprovechado como los protagonistas de Transsiberian), y otra mucho más recomendable, El Maquinista, en 2004. Ello me lleva a pensar que Anderson no tiene talento como guionista -pues él realizó el guión tanto de Session 9 como de Transsiberian-, aunque sí como director, lo que se destila de todas sus películas y del tratamiento tan personal que hace de la imagen y de lo que muestra en cámara.
Transsiberian cuenta la historia de dos turistas norteamericanos (Woody Harrelson y Emily Mortimer) que se encuentran haciendo el trayecto completo del transiberiano desde China hasta Rusia Occidental, y se ven envueltos por casualidad en asesinato que a su vez será algo más que un simple asesinato. Tras ellos, un policía de narcóticos ruso, Ben Kingsley. Déjenme decirles que lo que es un auténtico asesinato es contar con Ben Kingsley y encasquetarle un papel que de tan visto, resulta hasta cómico.
La película comienza enmarcada dentro del cine de viajes, recreándose en lo curioso del transiberiano, lo exótico de los que viajan en él y, en resumidas cuentas, lo cinematográfico que resulta un tren antiguo en el que uno pasa ocho días recorriendo algunos de los paisajes más bellos del mundo. Y hasta ahí va bien; no se trata de una historia fascinante pero la fotografía y Harrelson salvan el día. Pero cuando sin venir a cuento aparecen dos viajeros españoles, Eduardo Noriega y Kate Mara, y de pronto el filme se transforma en una historia absurda, donde cada cosa que ocurre es más absurda que la anterior, hasta que ya ocurre algo tan absurdo que hasta parece irreal, y que está tratado de un modo que podría haber sido impactante pero el director la fastidia por sus pretensiones de resultar innovador o sepa dios lo que estaría pensando, entonces es cuando uno se da cuenta de que la película no puede ir a mejor superado ese punto sin retorno.
¿Por qué se sigue contratando a Eduardo Noriega? Ha demostrado suficientes veces que solo Amenábar supo sacarle lo mejor, y que desde entonces se niega a devolver la calidad en su trabajo que nos debe por nuestra fe en él.
Transsiberian es una de tantas obras que resultaban perfectas en la mente del director pero que, ejecutadas, resultan mediocres y tristemente aburridas. Pero ello es aún más triste cuando el director se rodea de grandes actores, como es el caso. Sus defensores han pretendido compararla con Extraños en un tren, lo que, a mi juicio, incurre en la blasfemia más herética. Me mata pensar que si Scott Kosar la hubiera escrito tal vez hubiera surgido algo grande, pues a él le ocurre al contrario que a Anderson; de la peor historia posible siempre saca algo bueno, como ejemplifica bien la correcta La morada del miedo.
Se la recomiendo sólo si son ustedes fans acérrimos de Ben Kingley, como yo, y desean verlo por el simple hecho de que disfrutan, simple y llanamente, con su forma de actuar. Como ilustró con acierto mi acompañante en el cine, "es como una película de las tres de la tarde". Y créanme, cómo acertó con sus palabras.

imagen: filmcatcher, collider, cinefagos

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