26.10.08

Quemar después de leer



La última obra de los hermanos Ethan y Joel Cohen, tan desmarcados siempre de la tónica del cine de su país, es una comedia que sigue la estela de anteriores trabajos de la pareja como Crueldad Intolerable o Ladykillers. Si bien no llega a la mediocridad de la primera, sí que nos deja cierto regusto agridulce -como ya ocurriese con Ladykillers- al terminar de verla; una sensación de vacío, como si no nos hubiera acabado de llenar, como si hubiésemos estado esperando toda la película a que llegase algo que no termina de llegar.
Es una comedia alocada y absurda al más puro estilo Cohen; un regreso a la inmadurez mostrada por personajes superficiales que acaban escapando a las circunstancias que los persiguen gracias al azar. En este caso una parodia de los servicios de inteligencia estadounidenses y de la clase media-alta del país, sus protagonistas no piden lo que les ocurre, aunque lo viven con naturalidad si bien lo que les ocurre es de todo menos natural. Y es ese uno de los mayores problemas del cine coheniano para la mayoría del público: "¿pero realmente a mí me interesa lo que le pasa a esta gente tan rara, que pone tantas caras y que tiene unas motivaciones tan tontas en la vida?" Cito textualmente estas palabras que he encontrado en Laoffoffcrítica, y he de confesar que esto también me ha ocurrido a mí, y sobre todo con sus comedias. El cine de estos hermanos puede sentar mal en demasiadas cantidades, por lo esperpéntico de sus protagonistas (tanto personajes como actores) y lo rebuscado de sus historias. Una mente abierta y desenfadada es requisito indispensable para degustar sus películas o corremos el riesgo de abandonar la sala con la sensación de haber visto "algo que no nos interesaba lo más mínimo".
Pero incluso con estas precauciones, tras ver Quemar después de leer me asaltó la terrible duda de si realmente Brad Pitt o George Clooney se han convertido en grandes actores, capaces de los más variados registros, o si sencillamente han logrado sobreactuar hasta cotas inimaginables, arrastrados por la sugestión del trabajo con los hermanos Cohen. Y soy incapaz de atisbar una respuesta.
Cuando la comedia coheniana se sitúa en un cuadro realista, con situaciones o localizaciones de la vida cotidiana, sus personajes desentonan y se encuentran perdidos; si, por el contrario, el escenario es más irreal, su radio de acción se amplía exponencialmente, y tanto ellos como el espectador se encuentran mucho más cómodos y relajados. Quemar después de leer se encuentra en el primer caso, mientras que en el segundo estarían trabajos como Oh Brother. Sólo para recalcar lo que ya he leído en otros medios, y que comparto, diré que esta película supera con mucho a la pobre oferta de comedias americanas del año, si bien se enmarca hacia la parte baja de la producción de los hermanos Cohen, la cual, dicho sea de paso, ha pecado siempre de cierta irregularidad. Regalará al espectador momentos de auténtica carcajada, de impacto aterrador, e interpretaciones poco habituales de Brad Pitt, George Clooney y Frances McDormand, junto a otras mucho más convencionales de Tilda Swinton y sobre todo de John Malkovich, al que veremos casi reinterpretando a su eterno cliché autoparódico de Cómo ser John Malkovich.
Lo más destacable, sin duda, su final indiscutiblemente genial, hilarante a más no poder y que refleja a la perfección el eterno mensaje que siempre imprimen estos hermanos en su cine: que todo es absurdo.
En resumen: estos directores ya tienen más de una obra maestra en su haber como para recurrir a viejas y sobreexplotadas fórmulas para triunfar, y más después de trabajos tan sobresalientes como No es país para viejos. Un artista debe renovarse y evolucionar. Para fans incondicionales de los Cohen, y amantes del cine pausado y de autor, como un servidor.











imagen: elghettodeeneko
, flickr

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