19.5.09

Devorador


El pasado sábado Cuatro rellenaba su sobremesa con la emisión de Devorador (Maneater, 2007), un telefilme de terror natural protagonizado por el veterano actor Gary Busey. Parece mentira que a casi cinco años del comienzo de sus emisiones, la cadena privada no haya establecido aún una oferta de cine interesante o, cuando menos, superior a las chapuzas audiovisuales con que suele zurcir los huecos de su parrilla.

Basada en la novela Shikar, escrita por el autor norteamericano Jack Warner, la película narra la historia de un pequeño pueblo de los Apalaches acosado por los ataques de un tigre de bengala. El sheriff Barnes, interpretado por Busey, será el encargado de proteger a los habitantes y lidiar con los medios de comunicación. Para ello contará con la inestimable ayuda de James Graham (Ian D. Clark), experimentado cazador que regresa de La India para dar con el felino. Durante su búsqueda, el viejo Graham se hará amigo de Roy, un niño que mantiene una extraña relación con el animal.

Devorador no deja de ser una clásica producción televisiva de serie B, caracterizada por su bajo presupuesto, apresurada realización y estéril guión. Viéndola creemos estar viendo una película propia de los años 90, si no fuera por alguna mención de los personajes a elementos de nuestra sociedad contemporánea como, por ejemplo, una PDA. Todo lo demás es tan arcaizante como, por desgracia, soporífero.

Lo primero que cabría criticar de esta producción es su pobre realización. Nos sorprende la absoluta ausencia de efectos por ordenador, algo que, en vista del empacho digital que sufrimos los espectadores, no sería del todo censurable. El problema radica en el mal - o casi nulo - aprovechamiento que se hace de los recursos disponibles: la inmensa mayoría de los ataques protagonizados por el tigre se nos mostrarán en escenas en las que, sin embargo, el tigre no aparece. Los actores tienen que simular estar siendo devorados por un imaginario depredador en escenas que provocarán más de una sonrisa, pues lo chapucero y barato de su realización, unido al poco inspirado trabajo de los intérpretes, atraviesan el absurdo para rozar el ridículo. Podremos disfrutar de las apariciones del felino sólo en algunas escasas escenas intercaladas a modo de cortinilla, así como en una pretendidamente épica escena final para la que se utilizó un animal amaestrado.

El guión también deja bastante que desear. El director canadiense Gary Yates no ha sido capaz de explotar la capacidad de algunos de los actores que encabezan el reparto. La película podría considerarse un discreto monumento al fracaso de Gary Busey, vieja gloria de los ochenta, hoy olvidada, que se ha resuelto incapaz de reflotar su carrera. Finalmente termina por dar con sus huesos en producciones de bajo calado como ésta Devorador, en la que Busey nos ofrece un papel bastante plano, lineal, algo histérico y construye un personaje tópico que, no obstante, no deja de caernos simpático. Papel que contrasta con la muy correcta actuación del británico Ian D. Clark, interesante actor relegado siempre a papeles secundarios. El inglés protagoniza, de hecho, la única secuencia memorable de la cinta, en la que mantiene una charla con el pequeño Roy.

Relación la de estos dos personajes totalmente desaprovechada por la película. El tigre se aparece en sueños al niño e incluso llega a dormir bajo su ventana, hecho nada baladí que es advertido y reflexionado por el veterano cazador. No obstante el guión terminará con dar al traste con las posibilidades de esta línea argumental, pues finalmente nos quedaremos sin saber qué se traían entre manos el felino y el enigmático muchacho. Es más, no llegaremos a comprender qué demonios pinta un tigre en la senda de los Apalaches; algún personaje aventura la idea de que se haya escapado en medio de algún intercambio ilegal de animales exóticos, pero la investigación del asunto quedará en nada.

En definitiva, es una película barata y pobremente realizada que deja muchos huecos y no ata los escasos cabos que logra soltar. Se desaprovecha totalmente la figura de personajes como el de Graham, convirtiéndolos así en cuadriculados estereotipos propios del cine industrial norteamericano. Resulta especialmente lamentable la manera en que el guión ningunea la conexión entre el tigre y el crío. El niño, criado en el bosque - donde vive solo con su madre - está profundamente ligado a la profundidad de su naturaleza, lo que no deja de enlazarlo al animal en el momento en que éste se convierte en parte de la fauna. Todo ello ayudará a que se sienta identificado y cercano al cazador, ya que éste también es, a su manera, un experimentado habitante de los bosques. Todo ello un muy sugerente cuadro argumental que queda reducido a un par de escenas y completamente abandonado en el resultado general de la película.

Tampoco los amantes del gore encontrarán aquí su rato de diversión; el escaso presupuesto hace imposible la adecuada interacción entre el tigre y los actores humanos, mientras el uso descarado de salsa de tomate hace daño a los ojos. Ni siquiera el espectador más despistado encontrará creíble ni la sangre ni otros elementos propios del cine violento que aparecen diseminados por la película. Las impresionantes localizaciones, sitas en la provincia canadiense de Manitoba, son igualmente desperdiciadas por culpa de una deficiente dirección de fotografía. Los espesos bosques son filmados de refilón y no se nos obsequiará, tan siquiera, con un solo plano general de la montaña y su ecosistema, lo cual resultaría bastante interesante.

Un telefilme que a lo sumo invita a leer la novela escrita por Warner. No hay que obviar que la historia y su realización resulta tan cuestionable como entrañable. Nos recuerda a aquellas viejas producciones de excitante terror natural que entretuvieron las infancias de algunos de nosotros en los últimos 80 y primeros 90. No le falta a esta película algo - o mucho - de Tiburón (salvando las distancias) y será vista con simpatía por los espectadores que acudan sin pretensiones; todo lo cual no quita que sea un filme tan lento como aburrido.

Probablemente Warner sacó algo más de jugo a la historia en su libro, lo cual queda de manifiesto en las muy escasas y pequeñas puertas que el argumento de la cinta deja entreabrir. Tal vez se trate de pequeños retazos de un cuadro superior y apetecible para los amantes del género que deseen buscar en Shikar lo que en Devorador no van a encontrar de ningún modo. Así pues, anímense a ello si lo desean.
Animarse a esta película, en cambio, es difícil, excepto tal vez para los coleccionistas de reliquias televisivas, series B, producciones de la América profunda o especímenes exhuberantes de realización chapucera. A mí, mientras tanto, me anima a sintonizar otro canal mientras Cuatro siga empeñándose en invitarnos a dormir la siesta haciendo uso de semejantes emisiones.

imagen: Wikipedia

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